Desigualdad. Ese concepto al que a nadie le gusta reconocer su existencia y que finalmente todos forman parte de él. En el actual ciclo económico recesivo (o aquello que todos los periódicos, cadenas de televisión, radios e incluso blogs especializados denominan popularmente “crisis”) se ha demostrado que la denominada brecha social ha crecido en los últimos años en nuestro país y en buena parte del continente europeo.
Y esta ampliación de la desigualdad se ha creado cuando los estados han empezado a dar la espalda a sus ciudadanos. La lacra del desempleo y el deterioro que están sufriendo algunos de los servicios más básicos prestados a la ciudadanía son probablemente las dos causas más relevantes de la caída del nivel de vida de muchos españoles. Lógicamente, y en especial la segunda premisa, motivo de los recortes presupuestarios (o reformas, denominación preferida cada mediodía de viernes en el que haya habido consejo de ministros) que viene realizando el sector público. Estos golpean duro a las clases bajas y medias españolas, causando la previamente nombrada brecha. Prueba de ello es el aumento de casi 3 puntos en el índice de Gini desde que empezó la crisis (2008), que mide el índice de desigualdad en las sociedades. Haciéndose valedor de estos datos, Andy Robinson, periodista británico especializado en economía, escribe en su blog adherido a La Vanguardia digital con rigor acerca de la peligrosidad de la apertura de una brecha social en los estados. Señala algunas de sus consecuencias en el deterioro de las relaciones sociales o el aumento de las enfermedades mentales, un artículo al que desde aquí recomendamos echar un vistazo.
Pero cuando hablamos de que un estado da la espalda a sus ciudadanos, en este caso hacemos referencia expresa a una dinámica de intervención pública más pobre o más laxa en la economía estatal. El papel prestador de bienes preferentes y subsidiario de un estado es insustituible en buena parte de los casos por el sector privado. Existe una buena parte de servicios que son deficitarios siempre y cuando busquen el beneficio del ciudadano, y que por lo tanto no reportarían beneficios a la empresa privada. Pero, el apoyo mutuo del sector público al sector privado y viceversa es una opción que mediáticamente no goza de altavoz, y debemos recordar que se necesitan uno al otro. En la gran mayoría de procesos de transformación económica que han propiciado crecimiento (y creo que pocos no estarán de acuerdo en que ahora Europa necesitaría precisamente de un buen zarandeo para ello), esta colaboración ha existido de manera necesaria para llevarlo a cabo.
Y qué proceso de transformación económica más extremo ha albergado la historia reciente que la Revolución Industrial? Para ello, echemos la vista unos años atrás, y observaremos que en las distintas fases del proceso existió colaboración entre los dos sectores. Por ejemplo, en la primera fase de la Revolución Industrial, en el exponente de la RI, el Reino Unido, se procuró de protección para las propiedades privadas de los burgueses, como por ejemplo el cerco de los campos. En la segunda fase, ya en un contexto eminentemente urbano, el estado estimuló la expansión de la industria en el país, mientras el sector privado proporcionaba millones de puestos de trabajo no cualificado a las capas más bajas de la sociedad británica.
Continuemos centrándonos en el Reino Unido, el adalid de la Revolución Industrial, y uno de los países que tradicionalmente había presentado más desigualdades en la vieja Europa, especialmente a partir de los años 80, cuando precisamente la administración Thatcher decidió contraer el gasto público. Si analizamos el gráfico aquí expuesto, podemos observar la evolución el coeficiente de Gini en Gran Bretaña desde el año 1650 al 1950. Existen claras evidencias de que la desigualdad máxima se encuentra en 1867, en niveles de 0,55 aproximadamente. A partir de 1870 se pudo ver una tendencia de reducción de la desigualdad inmersa en el contexto de la segunda fase de la revolución industrial, incluso teniendo en cuenta las dificultades que tuvo Gran Bretaña para confrontar niveles de producción más altos internacionalmente en el periodo extensible hasta la Primera Guerra Mundial, como los de Alemania o Estados Unidos.
En plena mitad de la primera fase de la Revolución Industrial, se observa una disminución del ritmo de crecimiento de la desigualdad en Gran Bretaña, que se veía disparado desde 1750. Y es precisamente a partir de 1810, que se aprecia esta reducción de la velocidad de crecimiento del coeficiente de Gini. Justo coincide con una época de fuertes protestas, con el fenómeno obrero del Ludismo en plena acción. ¿Y qué es el Ludismo? Es, principalmente, un movimiento social desarrollado por los obreros de Gran Bretaña a principios del siglo XIX, que se opone al la entrada de maquinaria sofisticada en el proceso de producción de las industrias. Ned Ludd (su líder) y sus seguidores, denominados luditas, sostenían que la precaria situación laboral y social de los obreros de la época la habían provocado estos artilugios de reciente introducción, y en su oposición a estos incluso perpetraban acciones expeditivas como quemar o destruir máquinas de este estilo. Sin embargo, este movimiento no gozó de una organización expresa, y se fue diluyendo con el paso de los años, aunque sirvió para que los propietarios de los medios de producción se diesen cuenta de que los estratos más bajos habían desarrollado conciencia de clase y podían llegar a tener muchos intereses comunes. Si estáis interesados en este tema, podéis consultar esta breve entrada de apenas tres minutos en este videoblog del conocido economista Xavier Sala i Martín, que aporta su siempre particular visión del tema.
Sin embargo el movimiento obrero británico no se quedaría ahí, puesto que posteriormente al Ludismo apareció el Cartismo, un movimiento de más calado y más numeroso en cuanto a participantes, y que verdaderamente consiguió que la clase obrera de la época fuese escuchada y gozase de altavoz mediático. El nombre de este movimiento proviene de la “Carta del Pueblo”, un documento de mínimos presentado al Parlamento Británico en 1838 en el que se hacía constar buena parte de las demandas obreras. El movimiento fracasó por varias razones, entre otras, probablemente falta de coordinación interna. Pero había dejado constancia de que existía conciencia de clase y se había manifestado la denominada brecha social.
Estos movimientos, si comparamos sus épocas de acción y analizamos el gráfico previamente expuesto, podemos comprobar como el inicio del descenso de la desigualdad se aprecia en el tiempo de acción de estos movimientos. ¿Podríamos decir que sentaron las bases de una sociedad más desigual? O que, por lo contrario, observando los datos referentes a la segunda fase de la revolución industrial, mucho más urbana que la primera, simplemente la industrialización del país propició que los obreros tuvieran un nivel de vida más alto, reduciendo así la desigualdad. Para demostrar esa hipótesis, utilizamos el working paper de Javier Rodríguez Weber, profesor de historia económica de la Universidad de la República (Uruguay). Con el título de Industrialización, niveles de vida y desigualdad en Chile 1930-1971, este autor pretende demostrar que en la primera fase de la industrialización esta desigualdad no se reduce e incluso puede llegar a acrecentarse, mientras que en la segunda y última fase del proceso, la desigualdad se reduce, siendo estas conclusiones normalmente generalizables a buena parte de los estados que han pasado por ese proceso. Sin duda, el papel de la intervención económica por el sector público desempeña un papel capital en la reducción de tales desigualdades.
En relación al anterior concepto, ¿podríamos decir que los poderosos “aprendieron” de los movimientos obreros del siglo XIX? Podríamos afirmar que la ganancia de derechos para los trabajadores y otras reformas profundas de la economía, ¿buscan ejercer como elemento disuasorio de las posibles revueltas obreras? (como la creación del Estado del bienestar ante la amenaza comunista, por ejemplo).
Por esta razón presentamos la tercera vía como elemento para reducir la desigualdad en los estados. La intervención moderada del estado en la economía permite al propietario seguir teniendo incentivos para la inversión y la extracción de beneficios de esta, y permite al obrero asumir unas condiciones laborales más dignas y en definitiva, un mejor nivel de vida. A la tercera va la vencida, como en las formaciones militares romanas. En posteriores entradas desarrollaremos este tema con más profundidad.
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